lunes, 9 de mayo de 2016

La historia de Luana, la niña que eligió su propio nombre

Por Lautaro Peñaflor- Bahía Blanca
Gabriela, dando el ejemplo de su campaña

“Luana hoy tiene una infancia feliz en serio: ya no se agrede el cuerpo, duerme, está perfecta en la escuela, sociabiliza de una forma espectacular, es ejemplo de otras nenas en su curso por ser buena alumna…”. Estas son las últimas palabras de una extensa charla telefónica con Gabriela Mansilla. Claro que para que hoy pueda realizar estas afirmaciones, tuvo que pasar mucha agua debajo del puente: Luana nació biológicamente varón, y es la primera nena trans en obtener- con tan sólo seis años- su documento con identidad femenina. 

Gabriela, su mamá, tuvo que buscar ayuda, informarse, desarmar preconceptos y luchar mucho para que el cuento tuviera final feliz. No obstante, tuvo la fortaleza de hacerlo y su historia resulta ilustrativa, ejemplificadora e inspiradora. 
La niña, por entonces aún varón, comenzó desde muy pequeña con ciertas manifestaciones de que algo sucedía. “Luana tuvo casi dos años- desde los 6 meses al año y medio más o menos- de estar mal emocionalmente. Tenía pesadillas, no dormía de corrido ni recuperaba el sueño durante el día. Se le caía el pelo, tenía aureolas blancas en la cabeza, como si le arrancaras un mechón”, explica la mamá. 
En un principio, la dermatóloga le dijo que debía tratarse de algo emocional. Por esa razón, decide consultar a un neurólogo infantil, quien ordena realizar estudios. Los resultados arrojaron que no existía ningún problema en ese aspecto. La siguiente hipótesis fueron problemas de conducta, y la recomendación, acudir a un psicólogo infantil. Gabriela en ese momento no pudo hacerlo: Luana tiene un hermano mellizo y la obra social sólo cubría profesionales en el centro de la ciudad.

Pero al cumplir dos años, la situación sólo empeoraba. Cuando la niña empezó a hablar, entre las primeras palabras que articuló, dijo “yo nena”, al mismo tiempo que se identificaba con las princesas de las películas de Disney, quería jugar con muñecas y usar ropa de niña. También aprendió a vestirse, y se ponía remeras de su mamá. Ante la negativa del entorno a dejarla seguir sus deseos, llegó a reaccionar autoagrediéndose, golpeándose a sí misma, sumándose a la angustia que seguía presente.
“Para mí, sólo era un juego. Le decía que no, que era nene. Pero estaba todo el día, desde que se levantaba hasta que se acostaba, con una remera mía. Si no tenía mi ropa, tenía crisis de llanto, desgarradores y durante horas: llegó a llorar tres, cuatro horas sin parar”, relata Gabriela.
De esta forma Luana (en ese momento, aún varón) cumple tres añitos. Debía ingresar al jardín de infantes. Por esa razón, su mamá decide ver una psicóloga. La profesional le plantea que al niño había que corregirlo, es decir, utilizar un método correctivo para reafirmar su masculinidad a toda costa. 

Así, cuenta la entrevistada, tuvo que esconder todo lo que se relacionara con “ser nena”, prohibirle las películas de princesas, esconder su ropa, cerrar la puerta de su habitación con llave, decirle ante todo planteo contrario que no era una nena, permitirle los juegos bruscos y aumentar la presencia paterna, entre otras cosas. El resultado no fue positivo: lejos de “reafirmar su condición de varón”, la situación empeoró física y emocionalmente. La profesional, no obstante, sostenía sus teorías. 

Gabriela tampoco encontró respuestas en el ámbito del jardín de infantes, donde le plantearon que a su hijo le faltaba mucho tiempo para saber si era gay o no, confundiendo identidad de género con orientación sexual. Los resultados no fueron mejores con la siguiente psicóloga de Luana. Tampoco fueron clarificadoras las definiciones de las terapeutas de la mamá y de su hermanito mellizo.
La historia empieza a cambiar cuando llegan a la Comunidad Homosexual Argentina: “Hablé con la Licenciada Valeria Paván, que me dijo que- por lo que yo le decía- se trataba de una nena trans. Recomendó que no les diéramos ni le quitáramos nada, que la dejemos expresar su identidad. Recién ahí empezamos a dejarla ser”, explica Gabriela, que suena muy segura, aunque agradable y tranquila mientras nos cuenta la historia de su hija, que también es su historia.

No obstante, la niña fue un año al jardín como varón, porque la institución no aceptaba su identidad autopercibida. Luana sólo podía ser la nena que sentía ser en su casa. “Le estábamos exigiendo a la criatura una doble vida prácticamente. Además, al comenzar a tener contacto con el mundo de otras niñas, se dio cuenta que las nenas no tenían pene, y fue cuando más sufrió, y cuando más autoagresiones físicas tuvo”, desarrolla la mamá. 
En este contexto de enorme presión física y psíquica, una medida judicial le permitió a la pequeña, al año siguiente, asistir al establecimiento educativo como nena. Si bien con los compañeritos no hubo mayores complicaciones, ya que no cuestionaron nada de lo que sucedía, no fue tan sencillo con los otros papás y mamás. Gabriela, al respecto, amplía: “Los adultos, que empezaron a decir que podía ser contagioso, que los nenes iban a disfrazarse de nenas, no permitían que sus hijos jugaran con Luana, y empezaron a hostigarla”.

Con la sanción de la Ley de Identidad de Género, la mamá de la niña buscó cumplir los pasos necesarios para conseguir el nuevo documento de Luana. Paso otro año más (y varias trabas en el medio), con todas las circunstancias desfavorables que implica tener un DNI que no refleja la propia identidad, para que llegara la nueva identificación. Ahora sí, la partida de nacimiento de la pequeña, la identificó de verdad. Y con ese nuevo documento, debió y debe enfrentar la vida y la sociedad.
Existen ya en Argentina, más de diez casos de niños trans con su documento correspondiente. A pesar de la visibilización lograda, que es cada vez mayor, Gabriela es consciente de que el camino aún no está allanado: “Falta formación y respeto, ante todo. Por más que no se entienda no se acepte, o no se esté de acuerdo, pido que se respete. Cuando algunos adultos ven una persona trans, de la edad que sea, responden de una forma muy violenta. Falta mucho respeto, en la infancia en general: los niños son sujeto de vulneración todo el tiempo, no se los escucha, prevalece lo que dice el adulto porque sabe más… y en algunas cosas sí, pero en cuestiones de identidad, ¿vas a saber más que el niño mismo?”, plantea.

Toda la experiencia de Gabriela está volcada en su libro, “Yo nena, yo princesa. La niña que eligió su propio nombre”, que fue publicado por la Universidad Nacional de General Sarmiento, basándose en los registros que llevaba a modo de diario íntimo. “Luanita pudo, a los cuatro años, elegir su propio nombre. Después me enteré que era por una compañerita”, dice la mamá. Confía en que sus mensajes puedan servir a muchas personas que atraviesan situaciones similares, y también a la formación de nuevos profesionales. 
Con el objetivo de que cada vez más personas apoyen su consigna, Gabriela lanzó una campaña: invita a sacarse una foto con un cartel que diga “POR UNA INFANCIA TRANS SIN VIOLENCIA NI DISCRIMINACIÓN, SUMATE”, y enviársela por medio de su perfil de Facebook. Asimismo, tiene impresas muchas de ellas, y las expondrá en el Centro Cultural Haroldo Conti, y en cada espacio al que pueda llegar. 

“Luana hoy tiene una infancia feliz en serio”: el final de esta historia, aunque provisorio, ya lo anticipamos en las primeras líneas. Gabriela Mansilla sólo buscaba la felicidad, la dignidad y la paz de su hija. Pero en el transcurso de todos estos años, se fue convirtiendo en una verdadera militante “por una infancia trans, sin violencia ni discriminación”. Lo logró sola, sin contar siquiera con el acompañamiento del papá de Luana. Pero su lucha valió la pena y hoy puede disfrutar de los resultados, y trabajar incansablemente para que más madres y padres luchen por la identidad de sus hijos.
“Hay que escuchar a los nenes y a las nenas, con el corazón, porque por más que no nos guste lo que nos quieren decir, nos están diciendo su verdad y lo que sienten. Escuchando a tu hijo y entendiéndolo, le estás facilitando la vida, lo estás salvando”, concluye Gabriela con palabras tan contundentes como sentidas.

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